viernes, 9 de marzo de 2012

Grifos y el mar dorado

Envidia de reyes:

En un mundo no muy distinto al nuestro, los animales de tierra miran con nostalgia los cielos, así cómo las aves se mueren por saber correr. Pero si ya los animales pequeños, como el ratón y gorrión, les costaba admitirlo, a los grandes líderes el orgullo empañaba su curiosidad por lo ajeno.

Las águilas nacían sabiéndose las dueñas de las alturas y se supone que con eso debía bastar.
Los leones se criaban sabiéndose los amos de las llanuras y en teoría nada más debía importar.
Pese a los orgullosos que son estos animales, no pudieron evitar la comunicación entre ellos, aunque fuera algo tan sutil como un encuentro entre crías.
-¿Qué se supone que eres tú? -Dijo la bebé águila. -No tienen plumas, ni alas, ni pico. ¿Cómo comes?
-Yo no necesito pico. Pronto tendré dientes y garras. Tampoco necesito alas, para eso tengo mis patas. Soy el rey de la sabana, un León.
-¿Un rey? ¡Ni siquiera puedes despegar tus patas del suelo! -Dijo risueña. Sin embargo la alegría la duró poco, porque de pronto sintió un picor justo en la coronilla. Ésta se movió, retorció y estiró todo lo que pudo, pero no llegó a rascarse. Solo con la ayuda del león lo consiguió, y cuando probó lo suabes que eran sus garras sintió envidia, pero no dijo nada.
-¡Y tu eres una emperatriv que no puede ni rascarse ella sola! -Las nubes, que eran amigas de las aves, se cabrearon con su contestación, y rociaron el lugar de agua. -¿por qué tu no te mojas?
-Por las plumas. Nos protegen bastante del agua.
Y así siguieron, día tras día, sonsacandose cosas el uno al otro que producía envidia. Al final el León quería ser Águila, y el Águila ser León. Ninguno de los dos era feliz, pensando siempre en la vida del otro. Ambos crecieron y ambos maldijeron el día en que se conocieron.
Y llegó a tal punto el malestar, que discutieron y juraron que sólo el mejor de ellos viviría. Para saber cual de los dos lo sería, lucharon uno contra otro. El rey de la tierra contra la Emperatriz de los cielos.
Y las estrellas, que habían contemplado cómo se marchitaba su amistad de la infancia por culpa de la envidia, decidieron intervenir.
Cuando los dos colosos se tocaron se convirtieron en uno. Una criatura de fuertes garras de león y las magníficas alas de águila. La tierra y el cielo se unió en un animal: el grifo.






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